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El osito Miguel

El osito Miguel vivía en las lejanas tierras donde abundan los pájaros, los grandes árboles de hojas inmensas y los ríos tienen aguas tan cristalinas que se pueden ver los pequeños peces transparentes modular sus cuerpecitos a la orilla de las piedras.

Un día la mamá del osito Miguel le encomendó la misión de buscar una jarra de miel en la casa de su tío Francisco para preparar una deliciosa jalea. Como siempre lo hacía, el osito caminó por los senderos que tanto conocía dando brinquitos y silbando, a cada paso saludaba a sus entrañables amigos el conejo Félix y la tortuguita María. Era feliz caminando y oliendo de vez en cuando las flores que a los lados del camino se movían conforme el viento circulaba en ligeros aleteos.

Por fin llegó a la casa de su tío Francisco, tocó la puerta y entró de un solo golpe. Observó una olla humeante que expelía un rico aroma a frijoles cocidos. Qué delicia, pensó el osito Miguel. Unos minutos después llegó su tío y al saber que llegaba por una jarra de miel, le dijo que las abejas habían estado haraganas y no habían producido miel. El tío Francisco estaba triste y no sabía la causa de la aparente pereza de sus amigas las abejas.

El osito Miguel decidió investigar por su cuenta la actitud poco amistosa de las abejas y se encaminó a la colina donde se encontraban los apiarios. Al poco tiempo llegó y después de los saludos iniciales se presentó con la abeja reina y le preguntó por qué estaban tristes y sin ánimos de producir miel. La señora abeja le dijo que estaban atemorizadas porque en la noche escuchaban estruendos y aullidos de perros. Las abejas soldados que se encargaban de atrapar el polen de las flores siempre regresaban cansadas y sin ningún granito de polen en sus saquitos, sus patitas no lograban sostener ni una sola espora de las flores. Todo esto le preocupó más al osito Miguel.

La madrugada siguiente el osito se levantó temprano al escuchar los estruendos que provenían de la montaña cercana. Rápidamente se dirigió a un divisadero desde donde pudo observar lo que estaba aconteciendo, sí efectivamente, eran camiones enormes que estaban cargados de troncos de árboles, los más grandes de la montaña y los perros eran los guardianes de los vigilantes que portaban escopetas.

El osito pudo observar que al cortar los árboles, también las plantas y las flores eran destrozadas, la basura y la humareda de los camiones también mataba las hormigas, los escarabajos y las mariposas. Las flores estaban paralizadas sin poder recuperar su lozanía.

El osito casi llora y se fue acongojado a explicar lo que había visto a la señora abeja Reyna, quien lo consoló y le dijo que fuera valiente así como ellas lo eran, mientras tanto estaban buscando otra montaña donde las flores no estuvieran siendo sacrificadas aunque esto significara que las abejas soldados tuvieran que volar más lejos.

El osito Miguel trató de animarse y entre sollozos les prometió a toda la familia de abejas que regresaría pronto y que le pediría a Dios en sus oraciones que los humanos tuvieran piedad y no siguieran cortando árboles.

Y así nuestro estimado osito, inició el regreso a casa donde lo esperaba su mamá y le contaría todo lo que había visto y le explicaría el sufrimiento de las valientes abejas.

Managua, 9 de agosto de 2017

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